25 de enero de 2016

Sirio de Martín López Lam

Sirio es el nuevo trabajo de Martín López Lam, un autor y editor —responsable de Ediciones Valientes— del que sigo todo lo que hace. No es sólo que tenga talento y ambición a la hora de afrontar cada proyecto; es que ha conseguido una cualidad inestimable. López Lam es imprevisible. Ninguna obra es igual a la anterior, y es imposible saber qué será lo próximo que haga. Y no me refiero sólo a géneros o formatos, sino también —sobre todo— a lo gráfico.
López Lam se dio a conocer con un libro de historias cortas de naturaleza costumbrista, Parte de todo esto (De Ponent, 2011), con una parte literaria ampliamente desarrollada y un dibujo a tinta vigoroso y oscuro, sucio. Pero, al mismo tiempo, daba rienda suelta a su vena más experimental, solo o acompañado de otros autores, en proyectos autoeditados sin ataduras, o en su webcómic Chemtrail, prácticamente abstracto. Pero sus obras más potentes parecen estar llegando ahora, cuando, de algún modo, ha encontrado un camino que transita al mismo tiempo por los dos territorios. En esta línea Balada (Ediciones Valientes, 2015) fue un cómic excelente, pero Sirio, el libro que ahora edita Fulgencio Pimentel, lleva la obra de López Lam a otro nivel.
Sirio cuenta una historia, sí, pero más parece una concesión al lector, un asidero para no volvernos locos ante el despliegue gráfico, acompañado de ideas crudas y emociones sin filtrar. Imágenes poderosas que se distribuyen por las páginas sin reglas, con técnica mixta: aquí una trama mecánica de puntos, aquí un collage, aquí fotografías, aquí un poco de apropiacionismo, aquí pintura, aquí estampado, aquí nos rozamos con la abstracción. El dominio de las herramientas por parte de López Lam es ya el de un autor que ha entrado en la madurez sin renunciar a la experimentación un poco inconsciente más propia de autores jóvenes. Él la dota de un sentido y la imbrica en lo sensorial: lo gráfico es emocional, de hecho. Conoce y controla los discursos de las vanguardias pictóricas, pero no los reproduce sin más, sino que en su obra hay una voluntad de subvertir y resignificar elementos específicos de la historieta, y de ahí que recurra al cómic clásico —tanto americano como japonés, que él mismo reconoce que fue esencial en su adolescencia—, al tramado de puntos y a variaciones de la línea propias del dibujo de cómic. Una doble página en la que las formas voluptuosas de las nubes y la carne se desatan sin control; una página donde un cielo pintado se derrama sobre la tierra, aplastándola; un rostro desdibujado, fundido con la oscuridad de la noche a doble página; una confusión de líneas y tramas que parece abstracta pero en la que nuestro cerebro, a los pocos segundos, puede encontrar las formas de unos perros hurgando en la basura. Todo son muestras de que se sabe lo que se está haciendo.
Los colores escogidos para el bitono del libro, azul y amarillo —casi dorado— transmiten abulia y pesadez, y contrastan, cuando se combinan, perfectamente: el azul sugiere profundidad, el amarillo sobresale. El azul nos hunde en la página, el amarillo parece escapar de ella. Los cielos plomizos de López Lam, llenos de sus nubes, símbolo recurrente en su obra, caen sobre la pareja protagonista, una chica y un chico que residen en un complejo de apartamentos durante un verano. Días interminables y noches calurosas a las que el color y el trazo grueso de López Lam dotan de una cualidad viscosa, sudorosa. En ese calor omnipresente, que altera los sentidos —y por tanto la realidad, borrosa y mutable, como mutables son las composiciones de página del libro— y que permite que pasen cosas inexplicables, fantásticas, es donde tal vez pueda rastrearse el origen latinoamericano del autor: es imposible no recordar algunas de las obras clave del realismo mágico al experimentar los efectos de esas temperaturas que no dan tregua a los dos protagonistas. «La canícula avanza. Nos consume».

López Lam es también un buen escritor. Me refiero, por supuesto, a un buen escritor de cómics, que no tiene nada que ver con escribir prosa. Lejos de usar los textos para que la palabra concrete la indefinición de los dibujos, para hacerle al lector más comprensible lo que sucede —o decirle lo que debe interpretar— su tono lírico y distanciado, críptico, potencia el extrañamiento de las imágenes. Añaden matices y nos aportan cierta información que sólo plantea más preguntas, que no tienen un sentido claro. Por ejemplo: los protagonistas vagan por un paraje desolado, y de pronto el dibujo se convierte en fotografía. El texto nos indica: «Ya no estamos seguros de permanecer en el mismo lugar».
En Sirio hay una voz narradora en primera persona, la del chico, que relata unos hechos borrosos, de un modo confuso, como alucinado, por momentos; no podemos estar seguros de si nos cuenta la verdad o solamente una interpretación de la misma. «¡Qué distinto luce el cielo según dónde lo mires a pesar de que todos lo miramos desde la misma roca!». La pareja parece distanciada, ella, María, es una figura ambigua, etérea —a veces no tiene rostro—, objeto de deseo inalcazable a veces, oráculo de extraordinaria empatía en otras. Un asesinato pasional, un cuerpo encontrado en la piscina, alteran el orden y la calma tensa que impone el verano asfixiante. Algo sucede, pero no sabemos qué. Llegan las familias de vacaciones —«la civilización nos alcanzó»—, pero la realidad sigue sin estar enfocada. Los personajes pasean, intentan hablar, pero hay un desencuentro evidente, una fractura entre ambos cada vez más abierta. Y las nubes, siempre las nubes, que lo cubren todo. Por las noches una manada de perros salvajes merodea por la zona. El perro, que en no pocas mitologías es símbolo del otro mundo o guardián de sus puertas. Tal vez en esta idea se halle una clave para interpretar Sirio —estrella también denominada Alfa Canis Maioris—, porque incluso se dice que «intimidan a los ancianos» y «nadie sabe de donde proceden pero todos intuyen que de un país lejano». Los perros cada vez están más cerca, miran más fijamente, y son presagio de un final que no importa que sea esperado: como sucedía en Balada —de un modo menos extremo— su potencia visual es abrumadora, porque López Lam logra que el clímax sea, sobre todo, gráfico, aunque la palabra tenga aquí, como en todo el libro, un papel fundamental. Las diez últimas páginas de Sirio no se olvidarán fácilmente.
El papel jugado por Martín López Lam en el cómic de vanguardia español es clave. Él y otro puñado de nombres más han trascendido ya la fase de primera juventud, el tanteo propio de la formación, y están situados ya en el mapa internacional de una forma muy clara: Sirio admite comparación con cualquier otra obra de sus características de cualquier mercado. El paso de la autoedición a la edición convencional será clave para saber qué público tienen obras como ésta, o como el inminente Dios ha muerto (Bang Ediciones) de Irkus M. Zeberio, que se presentan ya como libros contundentes, que un público general puede identificar y que, además, pueden —y deberían— asociarse con otras formas artísticas de vanguardia, quizás incluso antes que con la tradición de la historieta.

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